Con entusiasmo, creatividad y paciencia, el aprecio por los libros se puede estimular desde la cuna.
Hasta cierto punto, importa menos el libro que su ritmo, el tono de voz y el entusiasmo con que lo leamos.
Fomentar
la lectura en los niños es algo que interesa a los padres. Sin embargo,
muchos dudan de si merece la pena leer un cuento o un poema cuando aún
son bebés. ¿Se enterarán, servirá de algo? La respuesta es afirmativa.
El aprecio por los libros se puede estimular desde la cuna. Ahora bien,
es preciso tener algo presente: tan importante como el qué es el cómo.
En esta etapa de la infancia, el papel de los padres, su entusiasmo y su
creatividad al leer cuentos es fundamental para captar la atención de
los pequeños y hacer de la lectura una experiencia divertida.
Más
bien sería que los padres conectan mejor con sus hijos cuando intentan
contagiarles y compartir algo que les causa placer a ellos. Entre otras
razones, porque los bebés no leen, tienen un vocabulario muy restringido
y solo comprenden mensajes sencillos; así que corre por cuenta del
adulto convertir en algo divertido esa nueva experiencia de escuchar una
historia. De ahí que, hasta cierto punto, importe menos qué libro
elijamos que el ritmo del texto en cuestión, el tono de voz con que lo
leamos, el entusiasmo que demostremos o el "espectáculo" que montemos
alrededor. Al fin y al cabo, se busca transmitir emociones, algo que el
bebé comprende mucho mejor que las palabras.
Libros para bebés de 0 a 2 años
Por
ese motivo, los libros pensados para los bebés de 0 a 2 años son, sobre
todo, artefactos sensoriales. A una edad donde la literatura puede ser
de tela o incluso meterse en la bañera, el continente pesa más que el
contenido. Son libros que se caracterizan por ser objetos atractivos a
la vista, resistentes al trajín cotidiano -y a la boca del lector-,
fácil de manipular por manos diminutas y coloridos, muy coloridos. En
cuanto al contenido, lo usual es que contengan ilustraciones y frases
elementales -"el patito hace cuá", "ya no me hago pis" y similares-
relacionadas con objetos, animales o situaciones cercanos al niño
(flores, colores, juguetes, un perro, etc.).
Además,
muchos libros contienen elementos extra que apelan al sentido del tacto
o del oído. Algunos incluyen un cuadrado y un triángulo con texturas
diferentes y que emiten sonidos distintos cuando el bebé los pulsa.
También los hay que integran ventanas o solapas que se deben retirar
para ver quién o qué se esconde detrás. O los hay con vacas que mugen y
caballos que relinchan, o con preciosas casas desplegables en tres
dimensiones, y hasta con elementos giratorios que estimulan la
motricidad, a la par que lanzan algún sonido característico. En fin, se
pueden encontrar todo tipo de libros, hasta con un CD de canciones que
los complemente.
Ahora
bien, también hay libros muy sencillos y eficaces, que apuestan solo
por la baza visual. En ellos, la historia se cuenta solo con imágenes,
sin palabras, y suelen tener éxito en la medida en que el bebé
identifica en los dibujos algo que capte su atención y que esté
relacionado con su vida cotidiana. ¿Por ejemplo? Si ha empezado ya la
guardería, quizá descubrir a dos niños que juegan le fascine... O si ve a
una madre y a un hijo abrazarse, puede que reconozca esa acción y
abrace al adulto. Pero eso es impredecible: cada niño es un mundo.
Cómo dar vida a los libros infantiles
Eso
sí, en lo que coinciden todos es en necesitar a un adulto cómplice,
paciente y con energía suficiente para asumir el desafío de leer. De
algún modo, gran parte del éxito de esta experiencia depende de su
capacidad para recrear las historias y dotarlas de intensidad, de magia.
Una nariz postiza, un muñeco de trapo que habla mientras pasa las
páginas, una pluma que hace cosquillas, percutir un triángulo con una
varilla o una canción pueden dar mucho juego al captar y mantener la
atención. Nunca está de más recordarlo: conocemos el mundo a través de
los cinco sentidos, no solo de las palabras, y los bebés no son una
excepción.
Y
es que hay que saber dar vida a los libros para que ellos puedan
entregarnos la que está contenida en sus páginas. Ese es el contrato
entre libro y lector, tenga este la edad que tenga. De ahí que muchas
veces lo más complicado no sea si los bebés entienden o dejan de
entender lo que les contamos, sino si los adultos entramos en el juego,
nos dejamos llevar y fantaseamos con la seriedad con que ellos lo hacen.
Quien haya dado voz a un oso de peluche, se haya puesto un parche en el
ojo o se haya convertido en una gallina que mueve las alas corriendo
por el pasillo mientras cacarea... sabrá en qué consiste lo anterior.
Un
último (pero valioso) consejo: conviene apagar la tele -y cualquier
otra pantalla- mientras se lee. Cuesta captar la atención del bebé y
esta no dura mucho más de 20 minutos, así que es mejor evitar otras
distracciones.